La victoria de 1991 se consiguió gracias a la proverbial paciencia de los orientales, ya que el 787 no era más que el último descendiente de una dinastía de prototipos creados diez años antes para demostrar la validez del motor de pistón rotativo en la categoría homónima de la serie IMSA, similar al Grupo C pero más centrada en las prestaciones que en la eficiencia. El 787, que debutó en Le Mans en 1990 tras su aparición en los 1.000 km del Monte Fuji, empapados por la lluvia, era principalmente nuevo en cuanto a su chasis, construido en Inglaterra sobre la base de una nueva estructura de carbono, y su motor R26B.

Esta unidad estaba formada por cuatro rotores de 654 cm3 para un total de 2.626 cm3 , pero su principio de funcionamiento era similar al de un motor convencional, con una cilindrada calculada de casi 4,7 litros. Los ingenieros limitaron el régimen del motor a 9.000 rpm, momento en el que entregaba más de 700 CV y 600 Nm de par, para garantizar la fiabilidad de los coches. Los dos 787 se retiraron de la carrera, uno por problemas de lubricación y el otro por un fallo de refrigeración que provocó un fallo eléctrico. La marca japonesa inscribió entonces los 787 en otras pruebas mundiales del Campeonato de Turismos Deportivos, en las que acabaron lejos de las posiciones más altas del podio.